Cuando Linda Yaccarino aceptó convertirse en CEO de X (la red social antes conocida como Twitter) en mayo de 2023, muchos en el mundo empresarial lo vieron como un fichaje audaz, casi quirúrgico: se trataba una ejecutiva experimentada en el negocio de la publicidad que llegaba a poner orden en el caos de una plataforma marcada por los impulsos de Elon Musk. Pero menos de dos años después, Yaccarino ha dicho adiós.
Lo hizo, fiel a la narrativa de la casa, con un post en la propia X, agradecida y diplomática. Pero tras el telón, la salida revela mucho más: el choque entre la lógica empresarial y el universo errático del hombre más rico del mundo.
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Antes de entrar a X, Yaccarino ya tenía un nombre respetado en la industria. Durante más de una década lideró las áreas de publicidad de NBCUniversal, negociando miles de millones en acuerdos globales con marcas como Apple, Google y Coca-Cola. Su llegada a X fue vista como un intento estratégico de Musk por rescatar la confianza de los anunciantes, tras una purga del 75% de la plantilla, la eliminación de controles de contenido y una deriva hacia discursos extremistas en la plataforma.
Pero el desafío era descomunal: ¿cómo estabilizar una empresa en medio del huracán Musk?
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Uno de los principales fracasos —y no necesariamente por falta de esfuerzo— fue la recuperación del músculo comercial de X. Bajo el lema de «libertad de expresión sin filtros», Musk desató una oleada de contenido tóxico que ahuyentó a grandes marcas como General Motors, Unilever y Disney. Linda Yaccarino intentó tender puentes, se reunió con líderes de la industria, impulsó nuevas iniciativas como las Community Notes y hasta lideró el rediseño de la estrategia comercial. Pero el daño reputacional ya era profundo.
Su estilo corporativo, directo pero diplomático, parecía fuera de lugar en una cultura donde el CEO tuiteaba memes de Hitler y se burlaba abiertamente de las críticas.
El punto final en esta tensa convivencia llegó días antes de su renuncia. La inteligencia artificial Grok, desarrollada por xAI —otra firma de Musk—, publicó una serie de mensajes antisemitas y crueles comentarios sobre las inundaciones en Texas. Aunque Musk celebró que Grok era la “IA menos políticamente correcta”, el escándalo fue un bochorno para la marca y terminó por aislar aún más a X del mainstream digital.
En paralelo, el dueño de Tesla ejecutó una operación poco ortodoxa: “vendió” X a su otra empresa, xAI, como parte de un intercambio de acciones valuado en 80.000 millones de dólares. Esta jugada evidenció que el verdadero foco de Musk no es X como red social, sino como laboratorio para experimentar con inteligencia artificial y control algorítmico.
La plataforma que alguna vez prometió ser una «plaza pública digital» se convirtió en un tablero para sus obsesiones ideológicas y tecnológicas. Yaccarino, que había sido llamada para dirigir una empresa de medios, terminó presidiendo un experimento social sin brújula.
En su mensaje de despedida, Linda Yaccarino optó por el guion clásico: “dos años increíbles”, “innovaciones revolucionarias”, “lo mejor está por venir”. Agradeció la confianza de Musk y destacó avances en seguridad de usuarios y herramientas de comunidad.
After two incredible years, I’ve decided to step down as CEO of 𝕏.
When @elonmusk and I first spoke of his vision for X, I knew it would be the opportunity of a lifetime to carry out the extraordinary mission of this company. I’m immensely grateful to him for entrusting me…
— Linda Yaccarino (@lindayaX) July 9, 2025
Pero lo que no dijo es más revelador que lo que expresó.
No mencionó los constantes choques ideológicos con Musk, ni el retroceso de X como marca confiable para anunciantes. No aludió al uso partidista de la plataforma por parte del gabinete del presidente Trump —respaldado públicamente por Musk—, ni a la transformación de X en megáfono de los sectores más radicales del movimiento MAGA.
Tampoco explicó por qué se va justo ahora, cuando Musk ha anunciado la fundación del America Party, su propio partido político, tras una ruptura dramática con Trump por desacuerdos fiscales. Esa escalada política terminó por arrastrar a X a un terreno aún más divisivo, lo que posiblemente marcó el final del proyecto corporativo que Yaccarino imaginó cuando aceptó el cargo.
Yaccarino fue, para muchos, la voz de la razón en un ecosistema disonante. Representaba la última esperanza de que X pudiera ser rentable, confiable y moderado. Pero también quedó atrapada entre su lealtad institucional y el ego expansivo de su jefe.
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Su salida simboliza el cierre de una etapa en la que se intentó, sin éxito, profesionalizar la visión de Musk. En un entorno donde la estructura, la gobernanza y la estrategia son reemplazadas por impulsos, hasta la CEO más experimentada tiene un límite.
La renuncia de Linda Yaccarino es más que un cambio de liderazgo: es una advertencia sobre el precio de liderar en entornos tóxicos, incluso desde los cargos más altos. Su paso por X muestra los desafíos únicos que enfrentan las mujeres en roles de poder dentro de culturas empresariales dominadas por personalidades carismáticas pero inestables.
La experiencia de Yaccarino, con sus luces y sombras, también reafirma una verdad que muchas líderes conocen bien: el éxito no solo depende del talento, sino del terreno en el que una decide jugar.
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